Y llegó la última semana de nuestro voluntariado en Perú, con una mezcla de alegría por volver a nuestras casas, pero también con la nostalgia de todo lo que dejábamos en Abancay: los niños a los que, en tan poquísimo tiempo, habíamos cogido tanto cariño; las profesoras del CEBE; la comunidad de hermanos; nuestra entrañable cocinera, Libia…


La última tarea encomendada fue preparar unas presentaciones sobre varios puntos relacionados con los diagnósticos más comunes de los niños y niñas del CEBE. En ellas expusimos características, estrategias, ayudas para la aceptación familiar y otros aspectos relevantes. Además, también impartimos una clase práctica de primeros auxilios. ¡Toda una ventaja viajar con una enfermera!


Pero el trabajo más duro fue despedirnos con un “hasta luego” sin saber cuándo llegará ese futuro… Ojalá sea pronto.

No quisimos irnos sin aportar un granito de nuestro “sabor” y decidimos preparar una paella para compartir con las personas que nos han acompañado en esta aventura, aunque podrían haber sido muchos más comensales.


Con la ayuda logística de los hermanos y profesores, y mucho empeño, pudimos culminar esta experiencia visitando una de las siete maravillas del mundo: Machu Picchu, antes de volver rumbo a España.

Sin duda, ha sido una experiencia transformadora que recomendamos a todas aquellas personas que estén pensando en hacer un voluntariado.
Ha sido un mes lleno de aprendizajes constantes, de los que te hacen valorar las cosas de manera distinta y vivir la vida con otra filosofía.