El H. Guillermo Fratelli nos cuenta su primera semana en el Proyecto Fratelli
Solo llevo 7 días en Líbano y una infinidad de imágenes y palabras han entrado en mi interior como quien deja pasar el agua a borbotones. Tal vez muchas cosas tendrán que reposar y algunas percepciones cambiarán, pero quisiera dejar por escrito algunos de los trazos que ya la vida está escribiendo en mi corazón.
Lo primero, unos pocos datos del contexto: me encuentro en Rmeileh, un pueblo al lado de la famosa Sidón donde estuvo Jesús con sus discípulos. Es la tercera ciudad de Líbano con más de 150.000 habitantes, en su mayoría musulmanes sunies. Nuestro centro Fratelli está en lo alto de una colina con vistas sobre la ciudad y el mar. En esta zona se encuentran muchos refugiados sirios que son los destinatarios centrales del proyecto; muchos de ellos viven entre los cercanos campos de invernaderos como cuidadores de los mismos, aunque siempre en condiciones penosas, ya que en Líbano los refugiados sirios no tienen derecho a la mayor parte de los trabajos y solo pueden salir adelante con las ayudas de ACNUR y el mercado negro.
La situación en estos momentos en Líbano es dramática, todo el mundo dice que no habían estado peor desde la guerra civil. Desde hace tres años la economía del país está en crisis, con una devaluación terrible de la moneda. Para haceros una idea, un litro de leche puede costar unas 10.000 libras libanesas, que son unos 5 euros, pero los sueldos son mucho menores que en España. A este problema económico se ha sumado el problema mundial de la pandemia y la explosión en el puerto de Beirut hace un año. Desde el pasado mes de octubre el país está sin gobierno, las facciones políticas se atacan sin llegar a acuerdos y el pueblo se manifiesta continuamente en las calles sin encontrar respuesta.
El gran problema en estos momentos es la falta de suministro de medicamentos y algunos bienes básicos, pero lo más grave es la falta de combustible en un país que depende principalmente del petróleo para generar energía. La red pública de electricidad ofrece apenas una hora de luz al día, con lo que eso supone de problemas en la conservación de alimentos y miles de cosas que todos podemos imaginar. Luego existen otros sistemas privados de generadores, pero también están teniendo el mismo problema. Nosotros en Fratelli tenemos unas placas solares y solo estamos sin luz unas 5 horas por la noche, aunque a lo largo del día hay muchos cortes. Para conseguir gasolina hay que hacer largas colas de varias horas en las pocas gasolineras que la suministran. En Europa parece que solo existe el coronavirus, pero aquí los problemas adyacentes son tan grandes que la pandemia ha pasado a un segundo lugar.
En medio de todo esto se encuentra el Proyecto Fratelli, que hace seis años abrimos conjuntamente los Hermanos Maristas y de La Salle. Un proyecto educativo para niños sirios refugiados de la guerra. No es una escuela al uso, sino más bien un centro socioeducativo con multitud de propuestas formativas y lúdicas que en estos años han aprovechado más de 5000 personas.
Con estas informaciones os podéis hacer una idea del contexto y ahora os comparto cómo lo estoy viviendo yo. He venido a estas tierras fenicias con la confianza puesta en Dios, pero también con algunas inseguridades y miedos: crear nuevas relaciones, adaptarme a una nueva cultura, tener que comunicarme en lenguas que no domino, asumir responsabilidades cuando uno se siente frágil… Por naturaleza prefiero estar en un segundo plano y necesito tener las cosas más o menos controladas, pero creo que Dios está aprovechando esta vulnerabilidad para llevarme a lugares que seguramente yo solo nunca iría.
Tengo que agradecer la magnífica acogida de la comunidad de Hermanos, así como del equipo de educadores del Proyecto Fratelli. Me han hecho sentir desde el primer momento como en casa. Durante estos primeros días están pasando bastantes personas por la Comunidad. Formamos entre todos una pequeña ONU Marista y La Salle, con Hermanos de Camerún, Líbano, Chad, España, Italia y Brasil. Supone un verdadero reto comunicativo porque permanente hay que comunicarse en 4 lenguas. Poco a poco voy aprendiendo expresiones sencillas del árabe, voy haciendo oído con el francés y practico mi inglés básico. Menos mal que puedo también hablar con algunos en español y que todas las personas son muy comprensivas y amables.
El contacto con la realidad de pobreza va poco a poco sacándome de mi isla de comodidad. Pongo dos ejemplos: hace tres días fuimos a felicitar a su casa a Hani, un hombre sirio que nos ayuda con los jardines, porque acababa de tener una niña. Le llevábamos pañales y leche y queríamos unirnos a su alegría. Nos acogió con gran dignidad dentro de una gran pobreza, nos sentamos debajo de un árbol y nos ofreció todo lo que tenían, nos presentó a su mujer y sus cuatro hijos, ellos sólo hablan árabe y fue difícil entablar una conversación, pero hay cosas que no necesitan muchas palabras: un rostro de agradecimiento, un gesto de reconocimiento, unas manos que ofrecen lo que tienen y otras que lo reciben con cariño y respeto… Si pensamos en nuestras memorias, normalmente están más hechas de gestos que de palabras.
El otro momento ha sido esta tarde cuando cuatro personas hemos ido a visitar uno de los “shelter” o campos de refugiados, que es donde se concentran muchos sirios en edificios abandonados y barracas improvisadas. Al llegar nos han reconocido y han empezado a salir niños de todas partes corriendo y gritando de alegría. Se han acercado a nosotros y han venido algunos adultos también que han aprovechado para hablar con los educadores. Mientras tanto los niños se han puesto a cantar el himno de la colonia que acaban de terminar hace unos días y la canción “fra” de Fratelli que tanto les gusta. Yo me sentía abrumado por las imágenes que estaban entrando en mi retina, por el cariño mostrado por los niños que al saber que era un nuevo Hermano me daban la mano y me hablaban de miles de cosas que no comprendía. Yo me sentía un poco paralizado, pero me senté en unas gradas que había y empecé a comunicarme con ellos con juegos de palmas, con las miradas, con la cercanía de los gestos… Ha sido un momento muy sencillo pero que me ha llegado al alma. Cuando subía de nuevo al coche para regresar tenía las entrañas encogidas y humedecidos los ojos. Hoy como ayer, el Señor me visita en los niños pobres y me renueva en mi vocación de Hermano. Solo me queda terminar diciendo dos expresiones que frecuentemente me repito internamente como un mantra: “aquí estoy” y “gracias.