Ser Consumidor Responsable es elegir los productos no sólo por el criterio calidad – precio, sino también, teniendo en cuenta cómo fueron fabricados, quién se lleva el beneficio y cuál es la conducta de las empresas que nos los ofrecen.
Nuestra sociedad se caracteriza por un consumo excesivo y exagerado. El acto de comprar ha pasado de ser una necesidad a ser un pasatiempo. Los recursos naturales de nuestra Tierra no son inagotables y su capacidad de sostener una población cada vez mayor y que cada vez más consume tiene límites. Si todo el mundo consumiera de la misma manera que lo hacemos los ciudadanos de los países industrializados, se necesitarían tres planetas Tierra. Nuestro modelo de consumo es insostenible desde el punto de vista tanto ambiental como económico y social. El consumo ilimitado de los países industrializados coexiste con la pobreza extrema de los países empobrecidos y la fomenta. Por lo tanto, hace falta replantearse seriamente y no dejarse engañar por la publicidad que pretende hacernos pensar que necesitamos muchas cosas que en realidad no nos hacen falta.
El consumo responsable es una actitud diaria del consumidor que consiste en preguntar cuáles han sido las condiciones sociales y ecológicas en las que se ha elaborado el producto. El consumo responsable está conformado por tres ejes: consumo ético, consumo solidario y consumo ecológico.
Por un lado, es importante elegir productos fabricados en condiciones laborables dignas y con el mínimo impacto negativo sobre el medioambiente. Pero por otro lado, consumir de manera responsable también implica dejar de comprar lo innecesario con el fin de no malgastar los recursos naturales del planeta Tierra.
Cada vez que compras un producto, haces una contribución al éxito de la empresa que lo ha producido. Muchas veces no somos conscientes del impacto de las decisiones que tomamos cuando optemos por un producto u otro. Sin embargo, el acto de consumir puede ser una acción política, una herramienta de cambio social. Tenemos que plantearnos la pregunta: ¿Qué tipo de comercio queremos favorecer? Aunque no nos lo parezca, consumir es colaborar en todos los procesos que hacen posible el bien o el servicio consumido.
Ser consumidor/a responsable es tener en cuenta las implicaciones de carácter económico, social y medioambiental y asociar el producto con lo que valoramos. En vez de fijarse sólo en el precio y la calidad del producto, el consumidor/a responsable introduce un nuevo parámetro que es el impacto ambiental y social del producto.
Es importante que se cumplan las convenciones internacionales sobre condiciones laborales dignas, salarios mínimos, derechos de los trabajadores y la prohibición de la explotación laboral infantil.
A las empresas sólo les importan las actitudes de los consumidores si éstas se reflejan en su comportamiento a la hora de elegir entre distintas opciones. Por otro lado, si los consumidores muestran un interés en el Comercio Justo, las empresas se ven forzadas a cambiar sus procedimientos. Los consumidores ejercemos todo el poder y si exigimos que las empresas actúen dentro de parámetros socialmente aceptables y ecológicamente sostenibles, ellas no tendrán más remedio que hacerlo. Informarse es el derecho del consumidor. Hay que preguntarse cuál es el origen del producto, cuáles han sido las condiciones de trabajo en toda la cadena de producción y qué impacto medioambiental ha tenido su elaboración y transporte. Las empresas vendedoras están obligadas a proveernos esta información.
Aunque haya mucho por cambiar en nuestro modo de vida, no hace falta transformarlo de la noche a la mañana. Al principio, con unos pequeños actos y decisiones diarios es suficiente. Cuando éstos ya formen parte de nuestra conducta habitual, podemos ir adoptando más hábitos de consumo responsable. Por ejemplo, puede que parezca pesado empezar a reciclar, pero al cabo de unas semanas ya es algo natural separar la basura y no parece incómodo.
Las entidades de finanzas éticas no especulan, huyen de inversiones especulativas e invierten en economía social y solidaria; es decir, en aquellos proyectos que repercuten positivamente sobre la calidad de vida de las personas, aportan una serie de beneficios sociales y promueven el desarrollo sostenible.
Toda decisión económica es una decisión ética y tiene sus consecuencias sociales y medioambientales. Las acciones financieras favorecen a unos y perjudican a otros. Desde este punto de vista, las decisiones diarias de ahorro y de inversión pueden tener un gran efecto transformador. Estas decisiones, por pequeñas e insignificantes que parezcan, influyen a qué tipo de sociedad estamos construyendo.
Las finanzas éticas tienen sus orígenes en los años 60 y 70. Las primeras iniciativas vinieron de Estados Unidos y del centro y norte de Europa. El caso quizá más famoso de una banca ética es Grameen Bank, liderado por el premio Nobel Muhammad Yunus. Basado en Bangladesh, fue uno de los primeros bancos en ofrecer micro créditos a las personas más desfavorecidas que nunca llegarían a conseguir financiación en un banco tradicional. La financiación ética ha ido creciendo explosivamente a lo largo de los últimos años, y es ya un fenómeno de alcance mundial.
El único objetivo de las llamadas bancas tradicionales es el rendimiento económico. Por el contrario, las bancas éticas tienen en cuenta tanto los beneficios económicos como los beneficios sociales de las inversiones. Denuncian las actividades financieras que vulneran los derechos humanos y cuyo objetivo único es buscar el máximo beneficio. Las demandas de responsabilidad, ética y solidaridad son el foco de su misión, de su visión y de sus valores. Es decir, invierten sólo en proyectos con un contenido social o ecológico, y facilitan el acceso al crédito a los colectivos tradicionalmente excluidos con el fin de promover un desarrollo socialmente justo y ambientalmente sostenible.
La rentabilidad y los beneficios no son únicamente un valor en sí mismo, sino que son un medio para conseguir valores más humanos: solidaridad, bien común y conservación del entorno. Las bancas éticas no rechazan las reglas del mercado financiero, pero buscan la regeneración de sus valores básicos.
Hoy en día ya existe una iniciativa de Banca Ética en funcionamiento en España: el Proyecto FIARE, que ofrece depósitos y préstamos. Actualmente tiene oficinas en Bilbao, Madrid, Pamplona, San Sebastián y Vitoria. Es un proyecto de la Fundación FIARE, una cooperación de crédito que recoge ahorro de las personas y organizaciones sensibilizadas y lo invierte en proyectos de alto valor añadido social. Actúa dentro de los principios de la economía solidaria. FIARE es una asociación del Tercer Sector que responde a las necesidades de las organizaciones del Tercer Sector.
La rentabilidad y los beneficios no son únicamente un valor en sí mismo, sino que son un medio para conseguir valores más humanos: solidaridad, bien común y conservación del entorno. Las bancas éticas no rechazan las reglas del mercado financiero, pero buscan la regeneración de sus valores básicos.
FIRES (Financiación e Inversión Responsable, Ética y Solidaria) es una asociación sin ánimo de lucro. Nació como punto de encuentro entre personas y entidades que compartían la exigencia de una gestión responsable y transparente de los recursos financieros. Actúa como red social de apoyo al Proyecto FIARE. Es decir que FIRES hace promoción de la banca ética para alcanzar presencia pública, así como también evalúa los proyectos a financiar desde el punto de vista ético-social.
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